He tardado en añadir un comentario en este blog por varias razones. Una, porque estaba imbuido del espíritu de no-prisa después de leer este libro. Otra, que no tenía tiempo, tan acelerado como es mi... ¿contradicción? ¡Evidencia! Karoshi...
Por eso recomiendo esta lectura. Tengo todo el libro subrayado, así que un resumen con esas citas no sería sino otro libro. Es difícil sintetizar un ensayo sin desvirtuarlo ni sacar sus citas de contexto, pero voy a intentarlo despacio...
Alguien me dijo una vez (puede que fuese un libro) que leemos en los libros lo que ya pensamos y sentimos, que escogemos los libros que nos van a hablar de lo que ya sabemos. Puede que esto me haya pasado en esta ocasión. De hecho, hace un tiempo escribí un artículo titulado "El placer de la lentitud". Por supuesto que no estaba tan documentado como este ensayo, ni lo pretendía, aunque recogía el mismo espíritu. Podríamos haber intercambiado Carl y yo los textos.
Carl Honoré comienza poniendo sobre la mesa un concepto: "la enfermedad del tiempo". Puede que no esté diagnosticada en los manuales de medicina, pero me cuesta creer que alguien niegue su existencia. Es una patología de la sociedad occidental, un síntoma de un malestar existencial profundo.
Lo primero que hay que dejar claro es que Carl Honoré no es un extremista que abogue por hacer todo despacio. Defiende, en cambio, hacer cada cosa a su ritmo y eso implica hacer deprisa algunas tareas. Otras, sin embargo, no deben acelerarse: comer, hacer el amor, establecer relaciones verdaderas y significativas... Cada cosa tiene su tiempo, su Eigenzeit. El secreto está en el equilibrio.
- Una vida apresurada se convierte en superficial.
- Hemos olvidado la espera de las cosas y la manera de gozar del momento cuando llegan.
- Hemos perdido el arte de no hacer nada, de cerrar las puertas al ruido de fondo y las distracciones, de aflojar el paso y permanecer a solas con nuestros pensamientos.
- La frustración crónica que burbujea bajo la superficie de la vida moderna.
- La rabia flota en la atmósfera.
- Hacer las cosas más despacio suele significar hacerlas mejor: salud, trabajo, negocios, vida familiar, ejercicio físico, cocina, sexo...
- Tratamos de acumular tanto consumo y tantas experiencias como nos sea posible.
- El resultado es una corrosiva desconexión entre lo que queremos de la vida y lo que podemos tener.
- La velocidad es una huida de la muerte, un deseo humano de trascendencia.
- Ser lento no significa ser apático, atrasado o tecnófobo.
- El cerebro rinde más si se desacelera, ondas alfa y zeta.
- Menos es más.
- ¿Para qué es la vida?
El frenesí llegó con la revolución industrial y con los relojes en las torres de las iglesias y ayuntamientos. Lo que las máquinas nos prometían es exactamente lo que nos robaron: el tiempo. Los relojes son los amos de nuestra vida; cada paso que damos viene medido en esferas con manecillas o pantallas digitales. La última mentira de la humanidad es que la informática iba a simplificar los trabajos y ahorrarnos tiempo. ¿No trabajamos más cada vez? Tengo mis dudas de si es algo inevitable u orquestado por los que gobiernan el mundo. Para que la gente no piense, mantenla ocupada. Hasta con el ocio, con tal de que no estén parado y alguien se cuestione el status quo.
El movimiento Slow (Slow food, slow cities, sexo tántrico, la MCA o medicina complementaria y alternativa, el Reiki, las pausas para descansar en el trabajo, el Chi Kung, el Tempo Giusto en la música...) es algo global. Quizá no se imponga como actitud mayoritaria, pero no se le puede negar que se ha consolidado en el tiempo. La importancia de descansar, la educación pausada de los hijos, la atención sin prisas al paciente, pasear, caminar, meditar...
Quizá nos debiéramos plantear algo. Supongamos que sabemos a dónde queremos llegar, pero ¿por qué queremos llegar allí? ¿Lo queremos de verdad o se supone que es lo que queremos? Y una vez que lleguemos, si lo hacemos, ¿qué?
En fin, ¡una lectura imprescindible!