miércoles, 26 de marzo de 2014

Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievsky

No cuestiono la magnitud de este clásico de la literatura, pero me ha parecido tedioso, con un estilo típico de los rusos del XIX (como no podría ser de otro modo), lento hasta la exasperación...

Rodión Raskólnikov es un joven estudiante de San Petersburgo pobre como las ratas que comete un crímen en base a una supuesta buena causa, casi con un supuesto altruismo, como el de eliminar de la sociedad a una usurera. También por cumplir una misión como superhombre, pues se veía uno de ellos. Los remordimientos y las dudas le torturan y suponen el castigo a sus crímenes (pues aprovechó a matar también a la hermana de la usurera, que le había sorprendido in fraganti).

Tenemos entre manos una novela psicológica, lo que en sus tiempos debió de resultar innovador, vanguardista. Tan bien escrita que incomoda al lector, que no puede quedarse indiferente ante lo que se narra.

¿La síntesis? El castigo por un crimen a veces son los remordimientos más que la condena judicial. Rodión se autoexcluye de la sociedad y de la familia logrando un ostracismo social autoimpuesto. Se castiga a sí mismo. Su mente torturada pasa de un estado a otro: tan pronto se ve libre de castigo penal como observado hasta la médula, como en una radiografía; a veces inocente por la supuesta buena causa de su doble crimen y otras culpable sin perdón. Sufre la tortura mental de su mala acción con el debate interno que le desasosiega. No es disculpable por enfermedad alguna, pues planificó el acto (mal, pero planificado) y a pesar de que, por ejemplo, el hacha que pensaba utilizar inicialmente había desaparecido de su lugar siguió adelante con el proyecto. Humilla a Sonia, con la que se promete, quizá para sentirse en igualdad de condiciones. Es como si sólo se atreviese a relacionarse con otras personas igual de miserables y abyectas que él. Se aparta así, poco a poco, de su madre Pulqueria y su hermana Dunia.

La novela ofrece una panorámica de la sociedad y costumbres de la época, así como de la naturaleza humana, de sus debilidades y miserias.

En fin, una novela decimonónica (como es propio de ella) dura de leer, pero un clásico al fin y al cabo.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Ser escritor..., de Abelardo Castillo

Sigo leyendo, como dije, libros de técnica literaria o relacionados con la literatura. Opiniones de escritores, citas de grandes autores, consejos, nuevas tendencias, ensayos sobre otros libros, recomendaciones de lecturas y escritores, interpretaciones de novelas y cuentos...
A veces aprendo algo nuevo, casi siempre recuerdo o reafirmo. En todo caso, me consolida en mi vocación y en mis referentes literarios.
Un amigo me prestó estos dos y no me han defraudado. Quizá el de Abelardo Castillo me producía algo más de recelo por su convicción del compromiso que ha de tener un escritor y el tono del autor. Sin embargo me ha gustado mucho.

La gente feliz lee y toma café, de Agnès Martin-Lugand

Este es el típico libro que compro sin referencias, porque me gusta el título o la portada, o ambos. No conocía a la autora ni sabía nada. Y pasa lo que pasa.

Una novelita romántica, infestada de lugares comunes, que se lee de un tirón. Tan sólo el final hace algo más verosímil la historia. Sin embargo, es inevitable reconocer en su historia muchos detalles de otra novela y película: "Posdata: te amo", de Cecelia Ahern.

Los personajes son estereotipos y no se profundiza en su personalidad. 

El título correspondía al nombre del café literario que regentaba la protagonista, Diane, junto con su amigo homosexual, Félix. La pena es que eso es todo, nada de la historia transcurre en el mismo.

Diane ha perdido a su marido y a su hija en un accidente. Después de un año aislada del mundo, incapaz de superarlo, le da la ventolera de mudarse a Mulranny en Irlanda. Allí conoce a un hombre varonil, antipático y borde... y se enamoran. En fin, para qué contar más.

domingo, 9 de marzo de 2014

La sonrisa etrusca, de José Luis Sampedro

He releído esta novela de José Luis Sampedro como homenaje póstumo (y tardío) a un intelectual de verdad, no de los de tertulia televisiva, culto, inteligente, lúcido... 

Me gustó más la primera vez que leí la novela, hace unos años, pero no me ha decepcionado ahora. Su prosa sigue siendo de calidad y el retrato de los personajes es tan vívido que suscita polémica entre los lectores (en mi club de lectura criticaban el machismo del protagonista, por ejemplo).

Es inevitable reconocer al autor en el personaje principal, no en vano coincidía la edad de ambos, o casi, y escribió la novela a raíz del nacimiento de su único nieto, Miguel.

Salvatore Roncone es un viejo partisano de Calabria que, debido a su enfermedad en fase terminal, se instala en casa de su hijo en Milán. El contraste entre su vida rural y su pasado tosco choca con el estilo moderno (donde la comida viene envuelta en bolsas de plástico y no sabe a nada) y urbanita del norte de Italia, la nuera estirada y el sistema educativo (que minimiza el contacto físico con los bebés). Esto es lo que más le preocupa y por eso se embarca en una cruzada para educar, preparar y ayudar a crecer a su nieto Brunettino. Ejerce de abuelo con sus historietas, sus recuerdos y su obsesión por el nieto, y que encuentra tiempo para conocer a Hortensia, una mujer de su quinta, con la que comparte un amor sin necesidad de dormitorio.

En ningún momento menciona explícitamente el nombre de la enfermedad que sufre Salvatore, a la que llama Rusca, pero no cabe duda de que se trata del cáncer. Pese a ello, de la historia se desprende un espíritu positivo, de que siempre se puede aprender, que puede cambiar uno mismo, evolucionar, encontrar de nuevo el amor incluso en los últimos estadios de la vida. La clave es la Aceptación de la muerte. Así se puede seguir viviendo y disfrutando de la vida hasta el último momento e incluso morir con una sonrisa en los labios, como la de los esposos estruscos en cuyo sarcófago yacen abrazados y que da nombre al libro.

viernes, 7 de marzo de 2014

Elogio de la lentitud, de Carl Honoré

He tardado en añadir un comentario en este blog por varias razones. Una, porque estaba imbuido del espíritu de no-prisa después de leer este libro. Otra, que no tenía tiempo, tan acelerado como es mi... ¿contradicción? ¡Evidencia! Karoshi...

Por eso recomiendo esta lectura. Tengo todo el libro subrayado, así que un resumen con esas citas no sería sino otro libro. Es difícil sintetizar un ensayo sin desvirtuarlo ni sacar sus citas de contexto, pero voy a intentarlo despacio...

Alguien me dijo una vez (puede que fuese un libro) que leemos en los libros lo que ya pensamos y sentimos, que escogemos los libros que nos van a hablar de lo que ya sabemos. Puede que esto me haya pasado en esta ocasión. De hecho, hace un tiempo escribí un artículo titulado "El placer de la lentitud". Por supuesto que no estaba tan documentado como este ensayo, ni lo pretendía, aunque recogía el mismo espíritu. Podríamos haber intercambiado Carl y yo los textos.

Carl Honoré comienza poniendo sobre la mesa un concepto: "la enfermedad del tiempo". Puede que no esté diagnosticada en los manuales de medicina, pero me cuesta creer que alguien niegue su existencia. Es una patología de la sociedad occidental, un síntoma de un malestar existencial profundo.

Lo primero que hay que dejar claro es que Carl Honoré no es un extremista que abogue por hacer todo despacio. Defiende, en cambio, hacer cada cosa a su ritmo y eso implica hacer deprisa algunas tareas. Otras, sin embargo, no deben acelerarse: comer, hacer el amor, establecer relaciones verdaderas y significativas... Cada cosa tiene su tiempo, su Eigenzeit. El secreto está en el equilibrio.
  • Una vida apresurada se convierte en superficial.
  • Hemos olvidado la espera de las cosas y la manera de gozar del momento cuando llegan.
  • Hemos perdido el arte de no hacer nada, de cerrar las puertas al ruido de fondo y las distracciones, de aflojar el paso y permanecer a solas con nuestros pensamientos.
  • La frustración crónica que burbujea bajo la superficie de la vida moderna.
  • La rabia flota en la atmósfera.
  • Hacer las cosas más despacio suele significar hacerlas mejor: salud, trabajo, negocios, vida familiar, ejercicio físico, cocina, sexo...
  • Tratamos de acumular tanto consumo y tantas experiencias como nos sea posible. 
  • El resultado es una corrosiva desconexión entre lo que queremos de la vida y lo que podemos tener.
  • La velocidad es una huida de la muerte, un deseo humano de trascendencia.
  • Ser lento no significa ser apático, atrasado o tecnófobo.
  • El cerebro rinde más si se desacelera, ondas alfa y zeta.
  • Menos es más.
  • ¿Para qué es la vida?
El frenesí llegó con la revolución industrial y con los relojes en las torres de las iglesias y ayuntamientos. Lo que las máquinas nos prometían es exactamente lo que nos robaron: el tiempo. Los relojes son los amos de nuestra vida; cada paso que damos viene medido en esferas con manecillas o pantallas digitales. La última mentira de la humanidad es que la informática iba a simplificar los trabajos y ahorrarnos tiempo. ¿No trabajamos más cada vez? Tengo mis dudas de si es algo inevitable u orquestado por los que gobiernan el mundo. Para que la gente no piense, mantenla ocupada. Hasta con el ocio, con tal de que no estén parado y alguien se cuestione el status quo.

El movimiento Slow (Slow food, slow cities, sexo tántrico, la MCA o medicina complementaria y alternativa, el Reiki, las pausas para descansar en el trabajo, el Chi Kung, el Tempo Giusto en la música...) es algo global. Quizá no se imponga como actitud mayoritaria, pero no se le puede negar que se ha consolidado en el tiempo. La importancia de descansar, la educación pausada de los hijos, la atención sin prisas al paciente, pasear, caminar, meditar...

Quizá nos debiéramos plantear algo. Supongamos que sabemos a dónde queremos llegar, pero ¿por qué queremos llegar allí? ¿Lo queremos de verdad o se supone que es lo que queremos? Y una vez que lleguemos, si lo hacemos, ¿qué?

En fin, ¡una lectura imprescindible!