viernes, 26 de abril de 2013

El ruido y la furia, de William Faulkner


Sé que no se trata de un libro fácil, al contrario. La furia puede ser la del lector que se aproxima a una novela pensando en una narración lineal, con final feliz, previsible, sin complicaciones de lectura... y se encuentra con unos cuadros de arte abstracto. Primero uno cubista, luego otro del expresionismo pictórico. Más que el contenido de la historia, el libro destaca por la forma, por la habilidad de Faulkner para reproducir el hilo de los pensamientos de la mente humana, para crear ambientes y sensaciones. Volveré a leerlo cuando quiera ver a un maestro en la narración del monólogo interior. Una obra magnífica, difícil y que no caduca. ¿Soy un lector masoquista? ¿Cómo puede gustar un libro así? ¿Mi inconsciente me obliga a disfrutar de determinados libros porque se supone que escritores e intelectuales son los únicos que aprecian tales obras y querría ser parte del grupo? No lo sé. ¿Por qué alguien disfruta mirando y admirando un cuadro que no entiende? El arte, el de verdad, es lo que tiene: trasmite su energía al observador-lector-escuchador, le impresiona, comunica, enriquece. El caso es que Faulkner me parece un maestro del que aprender a recrear ambientes, emociones y pensamientos.

El matrimonio Compson tiene 4 hijos. En este orden: Quentin, Candace (Caddy), Jason y Benjamin (Benjy).
La primera parte la narra la mente enferma de Benjy (no está clara su enfermedad, un retraso mental, parece. Un idiota, si tenemos en cuenta el verso de MacBeth que sirve de título a la novela). Es un monólogo interior, al igual que los nuestros, pero caótico. Mezcla pasado y presente; colores y olores tienen una entidad predominante en su mente.
Tres criados negros cuidan de Benjy en distintos años: Luster en el presente (1928), T.P. durante la adolescencia de Benjy y Versh durante su infancia.

La segunda parte la narra Quentin, alumno de Harvard gracias a que sus padres vendieron un prado, el favorito de Benjy. También es monólogo interior, por eso alterna lo que vive con lo que recuerda o lo que siente. No quiero desvelar el final trágico de Quentin, otro de los pilares dramáticos de la decadencia familiar de los Compson.
Caddy queda embarazada de Dalton Ames. Quentin, que adora a su hermana, se enfrenta a él, pero en balde. Embarazada y sola, Caddy se casa entonces con Herbert Head, a quien Quentin encuentra repulsivo pero Caddy está resuelta: Ella debe casarse antes del nacimiento de su hija, pero Herbert Head descubre que la niña no es suya y se deshace de manera infame de madre e hija. Los vagabundeos de Quentin a través de Cambridge (población en la que está la universidad de Harvard) corren paralelamente a los pensamientos de su dolorido corazón por haber perdido a Caddy, pues ésta es repudiada por la familia y apartada de ella, dejando sólo al fruto de esa relación extra matrimonial bajo el techo Compson. La hija que llamarán Quentin.

La tercera parte es algo más fácil de leer. Está narrada por Jason, que es el pilar económico de la familia después de la muerte de su padre; mantiene a su madre Caroline, a su hermano Benjy, y a su sobrina Miss Quentin, así como a toda la familia de sirvientes negros. Este rol lo ha hecho cínico y amargado. Jason va tan lejos que extorsiona a Caddy, convirtiéndose en el tutor de Miss Quentin, para luego aprovechar su posición y robar así las sumas de dinero que envía Caddy para el sustento de su hija, haciéndole creer además a su madre, mediante unos cheques falsos que ella quema, que por dignidad no reciben el dinero de la mujer que trajo la vergüenza a la familia; dinero que él se va guardando. Jason desprecia a todo el mundo,  es violento e irascible.

La cuarta parte tiene un narrador omnisciente, pero se ayuda del punto de vista de Dilsey, la arquetípica matriarca de la familia negra sirviente de los Compson. Ella, en contraste con los decadentes Compson, saca una tremenda cantidad de energía de ella misma y de su fe religiosa, y así se erige como una orgullosa figura frente a una agonizante familia de terratenientes sureños. A través de ella podemos ver, en cierto sentido, las consecuencias de la decadencia y la depravación en las que los Compson han vivido durante décadas.

No cuento más para no desvelar nada. Adjunto un cuadro genealógico para ayudar a la lectura.




jueves, 11 de abril de 2013

El invierno del mundo, de Ken Follett

Acabo de terminar este ladrillo de novela. Me refiero tanto a lo físico, es un tomo pesado, como a lo literario, es una de sus peores novelas.
Vale que yo le veo los hilos de las marionetas, los engranajes del reloj -aunque no consigo copiar esa técnica tan efectiva-, pero creo que ha bajado su nivel al del best-seller ramplón y simple.
También acepto que hay algunas licencias y reglas para acceder al mayor número de lectores posibles, pero me parece que ha bajado la calidad incluso dentro del género. Es un libro que no engancha igual pese a tener episodios muy bien narrados y escenas magistralmente descritas. Por primera vez he tenido la impresión de ser un libro escrito por otros, los siempre desmentidos negros. Es sospechoso que se repitan determinados patrones.
Los personajes son estereotipos maniqueos. Los buenos son muy buenos, héroes, sin defectos. Se juegan la vida por los semejantes, son generosos, inteligentes, trabajadores, humildes, luchadores... perfectos hasta el vómito. Por la misma razón, no son creíbles. Eso cuando no llegan a producirme rechazo. Los malos son malísimos y no tienen virtudes. Pero no pasa nada, al final la justicia les cae a plomo, tarde o temprano, para tranquilidad de los lectores.
Las mujeres son todas igual de arquetípicas: bellas, generosas, heroínas que se dejan violar para salvar a una adolescente de este acto infame, por ejemplo. Como si ese gesto en la vida real hubiera servido de algo. Da igual que fueran chicas o mujeres acomodadas económicamente, incluso de clase alta. Se rebajan a fregar, socorrer heridos y mezclarse con trabajadores humildes, tan grande es su naturaleza. Lo peor de todo es que todas las protagonistas parecen ser la misma: Daisy, Maud, Clara, Zoya, Joanne... Se comportan igual, piensan igual, se sacrifican igual, tienen los mismos ideales...
El sexo es explícito y, a menudo, precipitado. Ken Follett afirma que en sus novelas tiene que haber una mujer fuerte y sexo, porque en la vida real lo hay. De acuerdo, pero creo que se pasa de rosca y se excede en sus propios planteamientos. Hasta de política satura.
Los héroes masculinos son igual de idealistas. Superan las adversidades y sobreviven a guerras, palizas y todo tipo de violencia. Su valentía es abrumadora, son todos guapos, altos y -aunque no lo dice- su grupo sanguíneo O-, puede que incluso tengan más de 6 litros de sangre en el cuerpo y sea más roja que la de nadie. Todos triunfan en sus objetivos personales y profesionales. ¡Qué suerte tienen! Ah, no, perdón, no se trata de suerte, es por méritos.
En fin, sigue siendo un libro eficaz, entretenido, con los ingredientes necesarios para mantener la atención, pero el talento del autor parece diluirse con la edad, como una sopa rebajada con agua del grifo.

domingo, 7 de abril de 2013

Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift

Parece que he tardado mucho en añadir una entrada a mi blog, pero ¿a quién le importa? No me lee nadie así que no he recibido peticiones de nuevas reseñas o comentarios. Bueno, sería injusto decir que nadie por esos cuatro incondicionales que me siguen quién sabe por qué.
Y sí, he estado leyendo todo este tiempo. Soy de esos que leen varios libros al mismo tiempo. No sólo alternando ensayo, poesía, manuales técnicos y narrativa, sino leyendo varias novelas a la vez. Sé que no soy el único (hace mucho tiempo lo pensé) y así he terminado un manual de técnica narrativa de Enrique Páez y este que comentaré a continuación. A punto estoy de acabar el último de Ken Follett y otro de Napoleon Hill. Y todo ello sin dejar de leer relatos, artículos, fragmentos, cuentos infantiles, sobrecitos de 8 gramos de azúcar de caña y prospectos de antibióticos. Todo lo que tiene letras imanta mis pupilas de manera enfermiza.
Creo que resumir un libro de sobra conocido es baladí. Dar mi opinión, presuntuoso y banal, pues a nadie le importa lo que los demás piensen, salvo que coincida con lo que uno cree. Pero como es mi blog y escribo para mí, para recordar mis lecturas y sensaciones, para ordenar mis impresiones y pensamientos, me perdono la subjetividad o el orden arbitrario del contenido.
Swift escribió este libro en 1726... y nada ha cambiado. Es conocida la historia del primer viaje, a Lilliput, sobre todo por sus adaptaciones a los cuentos infantiles. Pero Lemuel Gulliver hizo otros tres viajes.
Se puede leer todo el libro como un cuento infantil, aunque no tanto salvo que se simplifiquen algunas palabras y escenas. También se puede leer como una crítica social y política a la Inglaterra de su tiempo. E incluso como una censura a la naturaleza humana. Al gusto del consumidor.
En Lilliput Gulliver es un gigante sometido al monarca lilliputiense. Se trata de un gobierno absurdo, con algunas normas lógicas (como que el fraude es más grave que el robo y el abuso de confianza en lugar de atenuante del delito constituye un agravante). Consideraban el castigo un defecto del sistema legal. ¡Cuánto más eficaces son los premios! Idea moderna, ¿no? La ingratitud, un crimen capital. ¿Qué dirían de la envidia española? Dentro de su forma de pensar, el discrepar de cómo cortar un huevo les llevó a la guerra con Blefescu. Al final, los paradigmas perniciosos los tenemos hoy también y nadie sabe desde cuándo algo se hace de una determinada manera y lo diferente es peligroso y, por tanto, se prohíbe.
En el segundo viaje recala en Brobdingnag y allí Gulliver es el enano, también sometido. Ahora puede parecer más evidente, por una cuestión de tamaño. Pero tengo la sensación de que es de actitud pues también en Laputa y el país de los Houyhnhnms es un personaje sumiso y habla de sus "amos".
En Brobdingnag aprovecha sus conversaciones con el monarca para cuestionar el sistema educativo y parlamentario inglés del siglo XVIII, pero muy bien podría haber estado hablando de España hoy. Una frase que habla por sí sola: "se maravillaba de que un Estado pudiese, como un ciudadano corriente, gastar más de lo que ingresaba".
Laputa, Balnibarbi, Glubbdubdrib, Luggnagg y Japón. ¡Uf! Casi no puedo ni pronunciar estos destinos. Jaaa-pón. Continúa el tono filosófico y crítico del viaje, más heterogéneo. Los magos que le permiten hablar con los grandes personajes del pasado le permiten evidenciar a la historia como una manipulación de los hechos realizada por los cronistas (no en vano la escriben los vencedores de las guerras y los que tenían dinero para pagar a escribanos y escribientes). Los propios escritores reniegan de los que les han glosado.
En el país de los Houyhnhnms los hombres son los yahoos. Antropomórficos, pero más salvajes que los houyhnhnms, que son seres racionales. Que se trate de equinos es lo de menos. El hombre es primitivo, salvaje y sometido a los animales superiores: los caballos. Un país sin la palabra mentira, "la cosa que no era", donde todo es bucólico y perfecto. Se exalta la racionalidad como germen de la justicia, el equilibrio con la naturaleza y la ausencia de enfermedades, de maldad. Hasta la muerte constituye un mero trámite.
Critica despiadadamente, entre otras muchas, a los abogados ingleses y al hipócrita sistema jurídico. En realidad, saca a relucir el autor aquí su todo su arsenal misántropo. Ignoro si confiaba en que el ser humano podía cambiar y mejorar. Cada día que pasa yo estoy más convencido de que un individuo podría; la sociedad no.
"Piensan que una breve pausa silenciosa mejora la conversación de un grupo". ¡Qué inteligentes los Houyhnhnms!