sábado, 27 de octubre de 2012

Entrega de premios, XVI Elena Soriano

Me gustaría que los finalistas y, sobre todo, los que se han quedado a punto de ganar, supieran que han estado tan cerca. Lo normal es ignorarlo. El participante que no gana no sabrá nunca que ha estado cerca, que incluso lo ha estado en varios concursos. Eso le animaría a seguir intentándolo.
He propuesto al Ayuntamiento de Suances que publique los relatos de los finalistas (evidentemente, las plicas con los datos personales no se pueden abrir).
La entrega de premios es una ceremonia especial. Se echó de menos a Juanjo Arnedo, viudo de Elena Soriano e impulsor de concurso. Los que le conocemos no podemos sino tenerle un enorme cariño. Su personalidad es tal que estuvo presente a pesar del enorme hueco físico que dejó. Ojalá se recupere pronto para verle de nuevo por aquí. Los asistentes, ese acompañamiento que da calidez al evento, que no salen en las fotos y al que hay que agradecer siempre su presencia. En esta ocasión, se les premió con un libro de regalo: "La playa de los locos". Las autoridades, gracias a los cuales y pese a la crisis, no han dejado de convocar el premio y de mantener la dotación. Los miembros del jurado, corroborando con su presencia el fallo (que es un acierto). Los ganadores son protagonistas, el centro del evento, merecedores de la atención y los aplausos. Este año los discursos de ganador y finalista fueron todo menos engolados y previsibles. Conocerles más tarde, en la cena, fue un placer. Dos escritores con mayúscula, cultos, profesionales, cercanos, auténticos.
Es una pena que un premio con tanto prestigio, al que se en torno a 600 relatos de todo el mundo (Japón, Chile, Israel, Rusia, EE.UU., Argentina... son algunos de los más lejanos), con un reconocimiento incuestionable y unos ganadores que no son revelación sino escritores consagrados (aunque desconocidos de momento), es una pena, decía, que no tenga más asistencia de gente y repercusión mediática. Claro, se trata de literatura.


domingo, 21 de octubre de 2012

Los colores del agua

Un amigo me ha prestado este libro. Como soy escéptico lo leí con recelo. Me tranquilizó que no me vende nada y es cierto que lo que transmite va en contra de lo que beneficia a las empresas farmacéuticas y químicas. No es patentable, no permite ganancias millonarias. Lo cual es un punto a su favor. Y es coherente con otros mensajes como el de beber agua, comer frutas frescas, sal marina, verdura, etc., pero que cure el cáncer como Tullio Simoncini y el bicarbonato de soda...
Al parecer, no bebemos suficiente y la boca seca ya es un síntoma límite de la necesidad de agua del cuerpo. El ser humano por dentro es ácido y no existen enfermedades, todas tienen distinto nombre, pero es una misma: la falta de agua del cuerpo. Estrés, artritis, insomnio, sobrepeso, depresión, diabetes, colesterol, hipertensión... hasta el cáncer.
Se puede ionizar el agua y subir su pH para volverla alcalina y potenciar los efectos positivos en el cuerpo humano.
El agua es sana, todos estamos de acuerdo. Pero beber mucha agua desgasta los riñones al hacerlos trabajar demasiado ¿no? Ionizarla para volverla alcalina y contrarrestar la acidez del cuerpo humano, ¿es natural? ¿El agua en la naturaleza es alcalina?
No he podido evitar recordar el libro de Masaru Emoto, Mensajes del Agua, de la diferente manera de cristalizar en función del entorno y los sentimientos.
Cita estudios universitarios y privados, a profesores y científicos y sus conclusiones. Aunque hay tantos estudios en uno y otro sentido que no demuestran nada. Hasta al único médico con dos premios Nobel, Otto Warburg, y su tesis del cáncer anaeróbico. La ciencia de hoy fue superstición o herejía antaño. La pseudociencia hoy está proscrita, pero mañana...
Por eso, hay que volver al sentido común, al instinto, a lo natural. Vida saludable= respirar bien, comer sano, pensamientos positivos y ejercicio.

viernes, 5 de octubre de 2012

El Club de los Poetas Muertos

Anoche terminé una relectura, porque a veces me apetece disfrutar de nuevo con libros que me gustaron. Esta novela de N. H. Kleinbaum es distinta de la que leí en 1990. En realidad, soy yo el que ha cambiado. Desde el punto de vista literario no me ha llenado como lo hace la historia, el mensaje, siempre vigente: carpe diem.
Y no hay que quedarse en la superficie del adagio, de vivir al día ignorando el futuro. No. Hay que aprovechar el momento, el día de hoy, pero no con la inconsciencia del que no tiene mañana y ha olvidado el pasado. Los tiempos que rodean al presente nos dan una perspectiva necesaria. Frente a esa actitud de irresponsabilidad, a lo que se refiere la expresión latina es a que hay que exprimir el momento actual, vivirlo con intensidad y, sí, también a buscar eso que nos llena, para lo que estamos llamados (vocación significa llamada), lo que nos motiva y estimula.
No he podido asistir a un colegio elitista como el de Welton en la novela, pero me recuerda... a esos años de incertidumbre adolescente, cuando me habría gustado tener un maestro (no sólo profesor) como Keating. Habría arriesgado más... Quizá dentro de veinte años mire atrás y me recuerde donde estoy hoy, sentado de madrugada frente a un ordenador, y me diga: debería haber arriesgado más.
La literatura es lo que tiene, que nos hace soñar. Nos permite vivir existencias que no hemos tenido y experimentar vivencias ajenas. A menudo nos sirve para desatascar los engranajes cerebrales, engrasarlos y, como resultado, reflexionar.
Cuando esté a punto de morir y me pregunte ¿he vivido? ¿qué me contestaré?

Vi la película el 24 de febrero de 1990 a las cinco de la tarde en el cine Lope de Vega de Valladolid. Me costó la entrada 400 pesetas y me senté en la butaca número 7 de la fila 8.