He releído esta novela de José Luis Sampedro como homenaje póstumo (y tardío) a un intelectual de verdad, no de los de tertulia televisiva, culto, inteligente, lúcido...
Me gustó más la primera vez que leí la novela, hace unos años, pero no me ha decepcionado ahora. Su prosa sigue siendo de calidad y el retrato de los personajes es tan vívido que suscita polémica entre los lectores (en mi club de lectura criticaban el machismo del protagonista, por ejemplo).
Es inevitable reconocer al autor en el personaje principal, no en vano coincidía la edad de ambos, o casi, y escribió la novela a raíz del nacimiento de su único nieto, Miguel.
Salvatore Roncone es un viejo partisano de Calabria que, debido a su enfermedad en fase terminal, se instala en casa de su hijo en Milán. El contraste entre su vida rural y su pasado tosco choca con el estilo moderno (donde la comida viene envuelta en bolsas de plástico y no sabe a nada) y urbanita del norte de Italia, la nuera estirada y el sistema educativo (que minimiza el contacto físico con los bebés). Esto es lo que más le preocupa y por eso se embarca en una cruzada para educar, preparar y ayudar a crecer a su nieto Brunettino. Ejerce de abuelo con sus historietas, sus recuerdos y su obsesión por el nieto, y que encuentra tiempo para conocer a Hortensia, una mujer de su quinta, con la que comparte un amor sin necesidad de dormitorio.
En ningún momento menciona explícitamente el nombre de la enfermedad que sufre Salvatore, a la que llama Rusca, pero no cabe duda de que se trata del cáncer. Pese a ello, de la historia se desprende un espíritu positivo, de que siempre se puede aprender, que puede cambiar uno mismo, evolucionar, encontrar de nuevo el amor incluso en los últimos estadios de la vida. La clave es la Aceptación de la muerte. Así se puede seguir viviendo y disfrutando de la vida hasta el último momento e incluso morir con una sonrisa en los labios, como la de los esposos estruscos en cuyo sarcófago yacen abrazados y que da nombre al libro.
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