sábado, 11 de mayo de 2013

La tumba de Verne, de Mariano F. Urresti

Nos encontramos ante una novela dinámica, que arrastra al lector a través de las páginas en la misma búsqueda de respuestas que los protagonistas.
G. G. Ávalos es un profesor jubilado y amante de los misterios. Su amigo periodista, al que no soporta, Miguel Capellán, con quien comparte afición y su hija única Alexia se embarcan en una aventura para descubrir quién era el tal Nemo que le enviaba cartas encriptadas al difunto Ávalos.
De Cuenca a Vigo, de Vigo a Amiens... a la tumba de Verne donde no acaba todo, sino que el final es el principio. Un manuscrito inédito del autor galo, la imagen esculpida en su tumba, el atentado que sufrió a manos de su sobrino Gaston, sociedades secretas que mueven los hilos del mundo... ¿Verne perteneció a una de ellas? La llamada Niebla... ¿Fueron ellos los que le ilustraron sobre los avances de la ciencia permitiéndole anticipar tantas historias fantásticas en su tiempo y cotidianas para nosotros hoy? La inmortalidad de esos miembros ignotos de la Niebla es una de las claves. La escultura del cenotafio de Verne corroboraría esta tesis. El libro destila incógnitas que todo el mundo tiene en mente y que no quedan despejadas de manera categórica. De hecho, la novela póstuma e inédita "París en el siglo XX", ambientada en el año 1960 con una fidelidad aterradora.
No soy yo quien opinar sobre la obra de Mariano F. Urresti, teniendo él decenas de libros publicados y yo ser nadie en el mundo literario. Y como le conozco personalmente y le aprecio me cuesta poner peros al libro. Sin embargo, he de ser sincero y por eso creo que de momento sigue siendo mejor investigador que narrador, pues a mí sus notas a pie de página me han sacado de la historia en más de una ocasión. Me interesa esa información, pero la preferiría al final del libro. También abusa de los datos que transmite, de manera repetitiva, a lo largo de la historia e intenta colarla poniéndola en boca de los personajes. También algunas descripciones son superfluas pues pretende describir a algún personaje afirmando que ni es gordo ni flaco, ni alto ni bajo, ni joven ni viejo... o sea, sin rasgo definidor. Para eso, mejor no decir nada y centrarse en un mero detalle que sí identifique al personaje. Por suerte, esto último me lo aclaró Mariano. El personaje de Miguel Capellán es así, indefinido, camaleónico, gris. Tan sólo plasma un rasgo como su incipiente alopecia o las botas de Coronel Tapioca, en general con intención peyorativa. Por lo tanto, esa no-descripción es premeditada.
Estos y otros detalles sobre los que yo pensé que el editor (o alguien al que pagan para eso) apercibía al autor para pulirlos. Pese a todo he de decir que la novela me enganchó y no paré hasta terminarla.

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