Cada vez releo más. A veces por placer, casi siempre por "obligación". Y me alegro. Volver a un libro que te ha gustado (porque no releo lo que no me hizo disfrutar, salvo que un poderoso argumento lo justifique) es degustarlo. Ha desaparecido la intriga, pues suelo recordar su contenido, pero se abren ante mí nuevas ventanas. Giros e imágenes que tenían su razón de ser y que en una primera lectura pasaron desapercibidas salvo al inconsciente. Me recuerda a cuando disfruto de un plato cuyo sabor ya conozco, apenas hay sorpresas, aunque sí descubro matices, detalles, me regodeo en lo ya conocido.
Con esta novela, todavía reciente en mi memoria, he apreciado la pulcritud del autor. No es un libro que me apasione, pero está bien escrito, con un tono plano, casi como un informe jurídico. Hay ideas para reflexionar, nada es blanco ni negro y hasta lo más oscuro debemos interpretarlo con cuidado. Algunos planteamientos filosóficos muy interesantes.
Michael Berg, convaleciente de hepatitis con quince años, es atendido en la calle por Hanna Schmitz, de treinta y seis. Ella le baña, él le lee libros, hacen el amor, descansan. Un ritual que se extiende durante meses hasta que ella desparece, se va de Berlín sin dejar rastro. Esta experiencia hace madurar a Michael, aunque le marca de por vida. En la facultad de derecho, siete años más tarde, asiste a un seminario que le lleva a asistir a un juicio contra varias guardianas de las SS de campos de concentración, entre ellas: Hanna. Ella no se defiende de las acusaciones, tiene un comportamiento extraño... que hace descubrir a Michael la razón: es analfabeta. Y esto le da tanta vergüenza que prefiere asumir la culpabilidad de crímenes antes que revelarlo. Todas las decisiones de su vida, cuando ésta podía mejorar, dependieron de su analfabetismo.
Condenada a cadena perpetua, Michael le envía cintas de casete con libros que él lee para ella. No la escribe, sólo le lee. Hanna, poco a poco, acaba aprendiendo a leer. Michael no va a visitarla. Tan sólo cuando la conceden el indulto toma a su cargo la responsabilidad de su reinserción en la vida fuera de la cárcel y acepta la invitación de la directora del penal de ir a recogerla el día de su salida. Demasiado tarde.
Al parecer está, al menos en parte, inspirada en la propia vida del autor.
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