jueves, 29 de noviembre de 2012

Luces de Bohemia, de Valle Inclán

¡Cómo cambian los libros en las relecturas! ¡Cómo cambian los lectores!
Los buenos libros admiten nuevas lecturas en el tiempo y, aunque el teatro no es mi género favorito para leer, volví al Madrid esperpéntico de Inclán y me encontré con que me parece menos caricaturesco hoy. No sé si es que nuestra sociedad es toda ella esperpéntica o que la televisión ha agotado nuestra capacidad de sorpresa. Los héroes deformados por el espejo cóncavo de Valle Inclán no me parecen hoy tan apartados de la realidad cotidiana.

Max Estrella es el poeta nacional más reconocido. Pero la literatura no da para comer. Ciego, en sentido literal y en el figurado, sale con su perro lazarillo, don Latino, a reclamar al librero Zaratustra un mejor pago por la publicación de una novela. En vano, pues Zaratustra está conchabado con don Latino. De la librería pasan a una taberna, empeña su capa para pagar los vinos y acaba borracho, lo que le supone ser arrestado y encerrado en los calabozos de Gobernación. Tras la intermediación del redactor jefe de un periódico, El Popular", se consigue su liberación. A la salida de la celda Max saluda a un antiguo compañero de estudios que le aprecia mucho, nada menos que el propio Ministro de la Gobernación. Éste no repara la humillación sufrida por Max, pero le garantiza una pensión económica. Al fin y al cabo, son viejos amigos y el Ministro estuvo enamorado de la hermana de Max. Con unos billetes en la mano va a cenar a El Café, donde invita al ladino don Latino y al propio Rubén Darío. Salen, con unas copas de más, y don Latino y Max tienen un escarceo con unas meretrices, para acabar en el portal del edificio donde vive Max. Muerto de frío, don Latino no le presta ni su carrik, y debilitado por el alcohol, cae en el portal, un perro le orina encima (culmen del esperpento) y muere. El velatorio y el entierro cierran la obra, con la muerte de su mujer y su hija.
La muerte, presente en todo momento, en las conversaciones, en la calle, amenazante, anunciando el final.
En el entierro charlan el Marqués de Bradomín, trasunto del propio Valle Inclán, quizá, y Rubén Darío.

La obra pretende, entre otras cosas, criticar la bohemia de los literatos, ese arte de pobres, la decadencia de las sociedad y la imposibilidad de vivir de la literatura en España (la de entonces y la de ahora). El esperpento valleinclanesco es sátira, ironía y retrato de la realidad grotesca de la sociedad. Aquí no triunfa el genio sino el pícaro y el parásito. No se premia el talento sino la zafiedad, en eso no hemos cambiado. 

Una cita: "En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero". ¿Nos suena? El Ministro fue más inteligente. Ya le dijo a Max: "Yo me salvé del desastre renunciando al goce de hacer versos". Más adelante el propio don Latino: "¡Es España es un delito el talento!". Hasta un sepulturero lo sabe: "En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo". Pérez-Reverte no es el único que lo dice, ya lo hacía antaño don Ramón.

Todos los personajes, al parecer, son trasuntos de otros reales, salvo Rubén Darío, que aparece con su nombre. El lenguaje es rico en jergas, retratando el ambiente madrileño, el humilde, el gitanil, citas cultas (mal Polonia recibe a un extranjero)... Algunos giros han desaparecido, pero me sorprendió ver que habla del karma. ¡Hace casi un siglo! Y de Londres, Zaratustra, y de... quizá la España de principios del XX era más moderna de lo que nos parece.
Hay diálogos brillantes, dentro de lo bien logrados que están todos. Puede que su brillantez se deba al ingenio de Max o el de Inclán, tanto da.

El borracho no es una figura casual. Es un esperpento más. Al final de libro se dirige a don Latino como "cráneo previlegiado", sin distinguir a Max de don Latino. Es como si quisiera decir que el pueblo no distingue a los genios de los imbéciles con caradura. Algo que aún hoy parece vigente.


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