Liesel Meminger es dada en acogida a una familia de Molching, cerca de Munich. Crece entonces con Rosa y Hans Hubermann, que la tratan igual que una hija y se convierten en su familia de verdad. Son los años de la Segunda Guerra Mundial. Conoce al vecino alegre y amor de su adolescencia, Rudy Steiner, admirador de Jesse Owens y eterno aspirante al beso de Liesel. La necesidad y el aburrimiento les lleva a cometer pequeños hurtos, hasta que los bombardeos de los aliados les aplasta con la realidad del conflicto bélico.
Lo primero que llama la atención es la narración, con frases cortas y párrafos cortados, haciendo dinámica la lectura. Inserta en negrita y centrado frases o reflexiones o datos, rompiendo la estructura visual del texto. Resulta novedoso emplear como narrador a la Muerte, aunque tengo la impresión de que no siempre está bien empleado su punto de vista y cae en una humanización de otro narrador, también omnisciente. También utiliza la prolepsis, aunque no estoy seguro de si me gusta en este caso, pues no relanza al lector hacia adelante sino que, directamente, le revela el desenlace.
Me ha gustado que muestra la vida de la gente anónima durante esos años, de cómo se limitaban a sobrevivir. Afiliarse al partido nazi era un requisito para no ser excluido. Era "o estás conmigo o contra mí". La mayoría se encogió de hombros para poder seguir comiendo. Los títulos de los libros que robaba Liesel son muy significativos, desde el Manual del sepulturero hasta el Hombre que silbaba o que ese encogía de hombros. Muchos alemanes no eran antisemitas, no querían la guerra, todo les resultaba lejano y complicado, pero tenían miedo. El miedo anula la voluntad. No hay defensa ideológica de unos ni otros, no hay justificaciones, sólo retrata la vida cotidiana de unos personajes humanos, cercanos, imperfectos y, en ocasiones, adorables.
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