Amélie, que a los 5 años se fue de Japón, vuelve con 21 a Tokio y comienza a dar clase de francés a Rinri, un joven de familia acomodada que quiere convertirse en templario. Inician una relación sentimental con episodios cómicos.
Una nueva novela autobiográfica (redundancia o contradicción) de la autora, como Estupor y Temblores, Metafísica de los tubos o El sabotaje amoroso.
El libro transpira niponfilia, lo cual respeto, aunque la descripción que hace de las costumbres, tradiciones y comida japonesa me inspira casi ternura. Un pueblo que imita lo occidental, aunque de forma artificial e insípida. Donde las emociones se ocultan en público. Tienen tantas aficiones mecánicas y pasatiempos estrambóticos que a veces me parecen extraterrestres. Robóticos, sería más apropiado.
No sé si la protagonista o la autora (o ambas) es así en la realidad, pero me ha resultado pedante, alardeando de sus conocimientos (sobre todo de idiomas y libros), pelota (con las cervezas de Bélgica o el francés, "mi colosal idioma"), e incluso cursi (gritando "banzai" al amanecer en el Fuji). Ella misma reconoce tener una "tendencia al lirismo megalómano".
La comicidad de la historia se debe a lo ridículo de algunas situaciones, que sí pueden tener su punto humorístico, aunque también rozan lo paródico.
Me ha sorprendido descubrir que el monte Fuji tiene 3.776 metros de altura, poco más que otro volcán, el Teide, con 3.718. La descripción de la ascensión al Fuji me ha recordado a la del volcán canario. Pero yo no me creo Zaratustra ni subo al cráter como si estuviera hasta arriba de estupefacientes.
La narración... pues está bien que no explique, que deje huecos a la imaginación o la curiosidad del lector, pero en ocasiones parecen narraciones fragmentadas e inconexas. El lenguaje es, en ocasiones, pedante y (de nuevo no sé cuánto se debe al traductor) artificioso.
Así que no sé si me ha gustado o no. Dejaré que el tiempo deje su poso en mi memoria y el inconsciente me dé la respuesta.
La narración... pues está bien que no explique, que deje huecos a la imaginación o la curiosidad del lector, pero en ocasiones parecen narraciones fragmentadas e inconexas. El lenguaje es, en ocasiones, pedante y (de nuevo no sé cuánto se debe al traductor) artificioso.
Así que no sé si me ha gustado o no. Dejaré que el tiempo deje su poso en mi memoria y el inconsciente me dé la respuesta.
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