Hace poco comenté que estaba leyendo a nuevos autores franceses. Y lo que es "peor", me estaban haciendo disfrutar. Entre ellos no estaba Stendhal, Jacques Bonnet, Daniel Pennac... ni mencioné a Irène Némirovsky. Y es que Irene no es tan "nueva" ni tan francesa. De hecho, creo que nunca le concedieron la nacionalidad.
Su libro Suite Francesa me ha sorprendido. Está escrito con delicadeza, recoge un retrato esquisito de la naturaleza humana, pero sin criticarla. Nos pone en evidencia nuestra vileza aunque ésta se manifieste por circunstancias excepcionales como la guerra.
1940: ocupación alemana de Francia, armisticio. Gente normal, humilde y también poderosa, anónimos todos, recorren estas páginas con sus dudas y sus miedos. El éxodo, el hambre, el amor, la familia... la humanidad. La guerra en los pueblos se vivió de manera distinta a la de París, Tours o Annecy. Los franceses no son unos santos, nadie lo es, e Irene los retrató legándonos un testimonio fidedigno y duro de las vidas anónimas que sufren la guerra, los mismos que cargan con ella en cada país y cada época. No hay explosiones, políticos ni generales, sí la otra cara de la guerra, pero contada sin moralinas.
Es maravillosa la forma que tiene Irene Némirovsky de, a través de sus personajes, ponerse en el lugar del otro y no prejuzgar, de comprender, de aceptar.
Si a todo esto añadimos una prosa rica, sensorial –sus descripciones son también auditivas–, sosegada y libre de barroquismos, la lectura es un placer y la novela se convierte en un gran libro.
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