No es que haya leído menos, o más lento, que también, pero es que sólo cuelgo en el blog algunas de las lecturas. ¿Por qué? Lo mismo que respondería ¿para qué? No lo sé. Por forzarme a resumir algunos de los libros que leo, sabiendo que salvo uno o dos seguidores a los que agradezco su inexplicable fidelidad, nadie está pendiente de mi lista de lecturas.
Con esta novela de Böll me he encontrado uno de esas historias que no son agradables, pero que marcan. Creo que sin gustarme ha dejado huella (el tiempo lo dirá).
Heinrich Böll es un autor comprometido, o de literatura comprometida, como constata su bibliografía. Y escribía bien, no lo dudo. Tanto que el protagonista suscita pasiones encontradas en sus lectoras (y lectores), ha creado un personaje y unas historias creíbles. Tema aparte es que quizá las encuentre, hoy, algo decrépitas, oscurecidas por la pátina del tiempo, pasadas de moda. Mantienen el vigor del valor que supuso en su día escribir esa novela, aunque hoy no llegue ya a los lectores del siglo XXI.
Hans Schnier es un payaso de veintisiete años (que parece tener cincuenta) al que le ha abandonado su mujer, Marie. Él culpa al entorno católico de ella, que describe como sectario. Hans ni cree ni duda, simplemente es ateo. Cuando ella quiere que se casen por la iglesia él acepta (aunque a Hans casarse por el juzgado le gusta todavía menos), pero a ella no le basta, quiere que acepte convencido, deseándolo. Sin embargo, él no puede fingir algo que no cree.
Es la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Desde su apartamento de Bonn se dedica a llamar a distintos personajes, conversaciones que rozan el surrealismo en ocasiones. Se emborracha. Es el estereotipo del payaso triste, pero que en lugar de pena produce desprecio. En su soberbia no ve como va cayendo poco a poco en la miseria que le llevará debajo del puente. Pierde trabajos, vive al día, no hace gracia.
Critica al nazismo, al catolicismo, a los partidos políticos (sobre todo el CDU)... pone en evidencia la hipocresía de los pronazis que parecen haber desaparecido después del final de la guerra. Como si nadie hubiera apoyado a Hitler en su día. Aunque, es curioso, esos que estaban convencidos en la supremacía de su raza ahora ocupan puestos relevantes en las empresas y estamentos de la nueva sociedad germana.
Me recuerda Hans Schnier un poco a Meursault, el extranjero de Camus. La sociedad no acepta que no forme parte de ella. La sociedad necesita etiquetarte: ateo o creyente (da igual la fe), con una ideología política, cumplidor de la ley o mercenario. Lo que no tolera es al individuo que se sale de los cánones, como Meursault y como Schnier. Sin embargo, El extranjero es un novelón que releo de vez en cuando y Opiniones ha caducado en la forma.
Es la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Desde su apartamento de Bonn se dedica a llamar a distintos personajes, conversaciones que rozan el surrealismo en ocasiones. Se emborracha. Es el estereotipo del payaso triste, pero que en lugar de pena produce desprecio. En su soberbia no ve como va cayendo poco a poco en la miseria que le llevará debajo del puente. Pierde trabajos, vive al día, no hace gracia.
Critica al nazismo, al catolicismo, a los partidos políticos (sobre todo el CDU)... pone en evidencia la hipocresía de los pronazis que parecen haber desaparecido después del final de la guerra. Como si nadie hubiera apoyado a Hitler en su día. Aunque, es curioso, esos que estaban convencidos en la supremacía de su raza ahora ocupan puestos relevantes en las empresas y estamentos de la nueva sociedad germana.
Me recuerda Hans Schnier un poco a Meursault, el extranjero de Camus. La sociedad no acepta que no forme parte de ella. La sociedad necesita etiquetarte: ateo o creyente (da igual la fe), con una ideología política, cumplidor de la ley o mercenario. Lo que no tolera es al individuo que se sale de los cánones, como Meursault y como Schnier. Sin embargo, El extranjero es un novelón que releo de vez en cuando y Opiniones ha caducado en la forma.
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