Tenía ganas de leer algo de este escritor por eso de que junto con Antonio Orejudo y Eloy Tizón son algunas de las referencias de la narrativa actual. Se dice que hacen buena literatura y que forman una generación. Bueno, las etiquetas a mí no me dicen mucho, igual que los grandes premios. Así que me puse manos a la obra, quiero decir, ojos a la página.
La novela me descolocó al principio, con un Madrid distópico, inundado y navegable. El agotamiento del petróleo en 1979 forzó que los desplazamientos por la capital tuvieran que ser en lanchas y barcos. España acabó constituyendo la Federación Ibérica de los Estados Unidos en la que se habla anglo (lo cuenta, pero no lo muestra). Poco a poco fui entrando en la historia, narrada por la muerta, Dolores Eguíbar, escritora asesinada de un disparo. Deambula por distintos escenarios seguida de su hijo literario y, a la postre biológico, con un ojo vago y con el que tiene una relación... extraña (por no desvelar más).
Creo que no se puede clasificar la novela ni de género negro, ni ciencia ficción, ni novela psicológica... Es una mezcla de todo. Me parece que está muy bien escrita, con eficacia y precisión. La historia no es que me haya gustado mucho, pero no me impide reconocer la arquitectura.
Los lectores de Madrid reconocerán muchos de los lugares mencionados en el libro, sobre todo los de generaciones anteriores. También son identificables las referencias a un pasado común que hemos tenido todos los que estudiamos EGB. Las meriendas, los juegos, las casas de cuéntame. Los aficionados a la lectura encontrarán referencias a autores clásicos y hasta se despacha la protagonista con Azorín y Unamuno. Para que no falte de nada, hay alusiones cinematográficas y musicales, sobre todo a canciones de Los Secretos.
En resumen, más que por la historia he leído este libro por interés entomológico. Leer algo bien escrito justifica el tiempo dedicado.