Es una pena que su autor, John K. Toole se suicidara. Habríamos podido disfrutar de más libros suyos. De poco le sirve a él ni al mundo un premio Pulitzer póstumo.
Ignoro si se inspiró -estoy seguro de que no, pero bien los retrató- en los hijos españoles que no se van de casa, en los egoístas e irrespetuosos, que no sólo se resisten a abandonar el nido sino que exigen con destemplanza mimos y caprichos a sus progenitores. El mundo gira, creen, en torno a sus necesidades superfluas, valga el oxímoron. Al menos, el protagonista de la novela tiene un proyecto.
Y es que Ignatius Reilly tiene una visión del mundo muy peculiar, a caballo entre lo idealista y lo estoico. Es un Quijote desaliñado y con lamparones, perezoso y glotón. Su madre, la sufriente madre vitalicia, lo sobrelleva con moscatel y jugando a los bolos.
Nueva Orleans, el Barrio Francés, Bourbon Street... Jones, Darlene, Mancuso, la señorita Trixie... ¡no hay desperdicio!
Es un libro divertido, que arranca alguna carcajada, pero también una mordaz crítica social, política y económica, un retrato de las miserias humanas con una panoplia de personajes esperpénticos aunque muy humanos.
Es la tercera vez que leo este libro tan bien escrito y tan plástico en sus descripciones. La recomiendo.
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