Un padre y un hijo avanzan por
una carretera, muertos de hambre y de miedo. Atraviesan una tierra devastada,
gris, todo es ceniza. Ríos sucios, pueblos abandonados, toda la naturaleza…
muerta. Avanzan hacia el sur, escondiéndose del resto de seres humanos que se
encuentran, rebuscando comida o cualquier objeto útil para sobrevivir. Todo lo
que le rodea está muerto, calcinado, destruido. Una pistola con una bala para
una salida de emergencia les acompaña todo el viaje.
No explica qué ha pasado al país
(o al planeta), por qué algunos se han vuelto caníbales ni qué esperan
encontrar que les salve. Sólo hay escombros y violencia. El ritmo es lento, la
narración a menudo es repetitiva, hay pocos puntos de tensión que, en realidad,
no crean la emoción necesaria que atrape al lector. La forma de narrar
distancia algo al lector, al menos a mí. No pasé miedo por ellos, no sufrí sus
adversidades y apenas me alegré de sus escasos golpes de suerte. He encontrado
un pequeño manual de supervivencia a través del ejemplo del padre. Por otro
lado, no he visto reflexiones, no hay una crítica de las sociedad que se ha
autodestruido, nada de juicios de valor.
Frases cortas. A veces en lugar
de comas. Casi telegráfico. Así es como narra el señor McCarthy esta historia.
Sin embargo es muy plástico, se ve perfectamente el paisaje, casi se huele la
ceniza. No hay nombres. El padre es “el hombre” y el hijo “el niño”. Sin duda,
algo premeditado para transmitir intemporalidad, ubicuidad y de una humanidad
impersonal. Tampoco emplea guiones ni comillas para los diálogos, lo cual no
impide la perfecta comprensión de quién habla. Esto ha hecho que reflexione
sobre el método tradicional… El léxico es extraordinario, preciso, rico. He
encontrado muchas palabras que desconocía. Pero también las metáforas, tan
precisas y acertadas. Sólo he echado en falta algo más de sentimiento, de
transmitir mejor lo que sienten los protagonistas cuando sus actos, por muy
representativos que sean, no expresan sus emociones. Quizá el autor haya
querido que eso lo pongamos nosotros, que no seamos perezosos y rellenemos con
nuestra imaginación lo que ya sabemos.