He leído este fin de semana un artículo del escritor argentino Mempo Giardinelli en el suplemento cultural El Filandón. Aborda una cuestión que tenía muy presente mi personaje Ruy López en la novela que da nombre a este blog y que era la necesidad de ser muy preciso a la hora de escribir y, por ende, a la de corregir. Porque no hace tantos años, cuando uno tenía que cambiar una palabra en una historia escrita suponía tener que volver a escribir a máquina, con la dureza de las teclas de entonces, toda la página en la que se encontraba dicha página, cuando no alguna más. Tanto más si había que pulir un párrafo o todo un pasaje e incluso capítulos completos.
Los que llevamos años escribiendo sabemos lo importante de plasmar por escrito una idea ya trabajada. Las nuevas tecnologías han ayudado mucho a facilitar el trabajo de corrección. Subsanar una errata, cambiar una palabra por otra e, incluso, alterar el orden de páginas completas, es algo fácil y limpio. Corta y pega.
Paradójicamente, este avance tecnológico ha supuesto en ocasiones un retroceso en la calidad literaria de algunos escribientes. Sabedores de la facilidad de subsanar defectos y errores, descuidan el esmero que requiere cada escena narrada. Tanto que, a pesar de poder volver al texto para pulirlo, se relajan tanto que se detectan en la lectura incongruencias y pegotes sin sentido.
No todo texto escrito es literatura. Y, sin embargo, son muchos los osados que remiten las historias que han pergeñado a concursos –creyéndose acaso merecer aspirar al premio– y editoriales, despreciando el tiempo de los que han de leer sus escritos mal corregidos o, me temo, sin corregir. Es lo que tienen los procesadores de texto, reducen el esfuerzo de transcripción de las ideas al papel. Internet también aporta su grano de arena. Enviar un texto a decenas de miles de kilómetros de distancia no supone ningún esfuerzo; se oprime una tecla y sale lanzado a decenas o centenares de destinatarios.
Citando a Mempo Giardinelli, hay que escribir “con tenacidad de hormiga y paciencia de ajedrecista”, por respeto a uno mismo, al lector y a la Literatura.
El que aspire a ser escritor debe detenerse a pensar lo que pone en negro sobre blanco, meditar, reposar las ideas. Escribir, si uno se lo toma en serio, es un trabajo esforzado, humilde, a largo plazo.
Es cierto que hoy en día todo es caduco, no se piensa tanto en la permanencia como en lo efímero. Blogs, redes sociales, ciber-clubes de lectura… Consumismo literario que perdona la imperfección a sabiendas de lo improbable de ser leído en esta infinita red virtual, en este marasmo oceánico de palabras, y que aplica los mismos laxos parámetros de exigencia para obras que aspirar a cierta permanencia.
La tecnología, como en todo, en un avance y una ayuda, pero no la solución en sí misma. Quizá, por eso, a mí me gusta escribir a mano mis primeros borradores. Me acerca a la labor amanuense y nostálgica de la escritura. Incluso la primera corrección es sobre ese papel manuscrito. Sólo mucho después comienzo la transcripción al ordenador, que me sirve de nueva lectura y corrección.